Acompañar y ser acompañado


Para conocer el auténtico sentido del acompañamiento hemos de acudir a San Ignacio de Loyola: Él fue aprendiendo de su relación con Dios y de su experiencia con las personas de su época que a veces convenía abrir el corazón y la conciencia a otros.

Ignacio, no dudó en abrir su interioridad para buscar en algunas personas el acompañamiento espiritual que necesitaba; pero también lo hizo para acompañar y ayudar a los demás, orientándoles y animándoles en su vida espiritual. La experiencia que previamente tuvo de Dios fue la que le permitió ponerse al servicio de los prójimos

Ignacio se fue convirtiendo en acompañante por la necesidad que tenía de buscar ayuda para su persona; la experiencia que fue obteniendo le capacitó luego para acompañar a las personas con quienes se fue relacionando.

Ignacio, basado principalmente en los Ejercicios Espirituales, fundamentó el acompañamiento en el discernimiento espiritual. Nunca habló en sus obras de dirección espiritual. Para él, el verdadero “director” es sólo el Espíritu Santo, porque “la suma providencia y dirección del Espíritu Santo sea la que eficazmente ha de hacer acertar en todo”, dado que eso “solo la unción del Espíritu Santo puede enseñarlo ( Constituciones de la Compañía de Jesús, 624 y 414. ).

La actitud fundamental del acompañante hay que decir que la expresan dos aspectos por una parte el respeto y la adaptación a la persona que se quiere ayudar; por otra la discreción de espíritus.

En todo caso es un privilegio para el que acompaña, ver el paso de Dios por la historia particular de la persona a la que acompaña.

Por ello, el acompañamiento responde a la necesidad de que tanto el que acompaña como el sujeto que es acompañado “más se ayuden y se aprovechen”(Ejercicios Espirituales, 22). Ambos tratan de descubrir la acción del Espíritu Santo en la vida de las personas.

El acompañamiento ignaciano, al que también se le ha mal llamado “dirección” en otros tiempos es una manera de ayudar a la persona, respetando la conciencia de su acompañado, en orden a orientarlo por los caminos que enseña el Espíritu, sirviéndose de la discreción de las diversas mociones y espíritu que mueven su alma. Es una forma de ayudar a otro a poner orden en su interior para así “ mejor poder buscar y hallar la voluntad de Dios en su vida.