Una cuestión de Amor

Desde lo hondo a ti grito, Señor”. La hondura desde la que gritaba el salmista era la del pecado.

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Hoy, sus palabras son entregadas por la fe a los empobrecidos de la tierra, a los derrotados por la vida, a quienes todo lo han perdido, a hombres y mujeres náufragos de la esperanza, a los que habitan en tierra y sombras de muerte. El salmo sube ahora desde el lugar de los muertos. Y es en esa hondura donde resuenan las palabras de la profecía: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío”. Es en esa oscuridad de los sepulcros donde se enciende la luz del evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida”.

Tu Dios, Iglesia cuerpo de Cristo, te ha llamado “pueblo mío”, y ha encerrado en un posesivo de afecto toda la ternura del Padre del cielo por el Hijo más amado. Tu Dios, Dios de derrotados, empobrecidos, desterrados y muertos, te ha llamado “pueblo mío”, y lo puede decir con verdad porque él te sacó de tu Egipto, de la casa de tu esclavitud. “Pueblo mío”: te lo dice ahora el que promete abrir tus sepulcros como abrió ayer el mar al paso de tus hijos. “Pueblo mío”: te lo dice tu Dios,  porque sólo tu Dios te lo puede decir.

El que, con palabras de promesa, había dicho: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío”, es el que te dice ahora con palabras de evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida”.

 

Hoy has escuchado el relato de la resurrección de Lázaro; hoy, como en un espejo, has visto que Jesús abría desde afuera el sepulcro de su amigo.

En la Pascua, cuando todo quede cumplido y se te revele la verdad, sabrás que él, tu Señor, ha abierto desde dentro tu sepulcro, todos los sepulcros. Entonces reconocerás que el Hijo de Dios se ha hecho solidario contigo en tu muerte para hacerte solidario con él en su vida.

La profecía y el evangelio proclamados hoy te ayudan a comprender lo que has vivido en la fuente bautismal, y desvelan el misterio de lo que vives en la eucaristía dominical. Hoy en la eucaristía, como un día en el Bautismo, te encuentras con la resurrección y la vida que es Cristo Jesús.

Él, por el amor con que se encarnó, ha hecho suya tu muerte; y tú, por la gracia de la fe con que lo acoges, has hecho tuya su vida.

El, por el amor, te dice: “¡Pueblo mío!
Y tú, por la fe, le dices: “Señor mío y Dios mío”.

Nada le podrás decir si no lo reconoces; nada podrás recibir si no lo ves. Reconoce a Cristo en la Escritura que proclamas, en la Eucaristía que consagras y recibes, en la comunidad con la que oras, en el pobre con el que te encuentras. Reconócelo y acógelo, y habrás recibido la resurrección y la vida.

Sólo el amor puede abrir los sepulcros y los abre desde dentro. Una Pascua, si es verdadera, es siempre una cuestión de amor.

          
Santiago Agrelo Martínez, Arzobispo de Tánger